¿Una obra buena o una obra «nueva»?

Un visitante entra al MEAM, contempla las pinturas expuestas en las paredes, los bronces repartidos por las salas y, tras reflexionar y madurar su afirmación, se atreve a decir algo así como que este tipo de arte ya se ha hecho, que es una repetición de lo que en otras épocas otros ya crearon, y que no aporta nada nuevo… porque sólo en la novedad está el interés por la cultura y el progreso. Y luego le acompaño a la salida, y él se va, y yo me quedo con ésas sus reflexiones dando vueltas en mi cabeza.

Y, cuando él ya se ha ido, yo, solo, contemplo las mismas pinturas que él ha contemplado, y vuelvo a pasearme  entre los bronces entre los que él se ha paseado, y entonces lo único que puedo confesarme a mí mismo, solo y en mi propia soledad, sin que nadie me vea ni me oiga, es que a mí me es igual si lo que veo es nuevo o no es nuevo. Si antes alguien lo ha hecho o no lo ha hecho. Porque a mí, solo en mi propia soledad, lo que de verdad me interesa es si es bueno o no es bueno, mejor dicho, si yo lo encuentro bueno o no lo encuentro bueno. Y en el caso de que me parezca bueno, realmente bueno, ¿qué más me da que se asemeje a lo que otro antaño hizo?

Porque, paseándome yo solo entre las solitarias obras, sin ojos que me contemplen, sin oídos que escuchen mis reflexiones, me doy cuenta de que no me interesa demasiado saber si es la primera vez que se pinta así, o si es la primera vez que alguien esculpe así sino, única y exclusivamente, si el artista que esta obra produce consigue llegarme a mí, gustarme, llenarme y emocionarme.

Y es que hay en nuestra época una necesidad enorme de rendir culto al gran dios de la novedad, haciendo del factor novedoso el criterio más determinante para validar la trascendencia de la obra. Y tan importante es ese carácter que hace que cualquier otra consideración esté de más. Y no sólo eso, hace que el solo hecho de perder el tiempo hablando de lo que no aporta nada nuevo resulta ya intolerable.

Así, lo nuevo es válido, si más no, como experimento. El solo hecho de ser nuevo garantiza el pase a la exposición. Pero no se piensa que ese mismo factor tan determinante de la novedad, como único valor que justifica el aplauso, lleva en sí mismo, en su propia definición, su propia caducidad: porque en cuanto lo «nuevo» deja de ser nuevo (que cada vez es más rápido), deberá ser sustituido por otro «nuevo». Y si al anterior nuevo sólo le habíamos encontrado el encanto de la novedad, de lógica aplastante es afirmar que sus días están contados, en cuanto la novedad perdida.

En cambio, el que prefirió buscar lo bueno en vez de lo nuevo, tuvo que aguantar en su momento la verborrea y las burlas de los admiradores de la novedad, tuvo que soportar la crítica de quienes no veían en sus preferencias aportación alguna a la prolífica historia del arte… pero lo cierto es que, cuando el factor novedad se extinguió, él seguía disfrutando de lo bueno, mientras que a los otros ya no le satisfacía lo nuevo, porque ya era viejo.

G.K. Chesterton lo ha expresado mil veces mejor que yo, con aquellas palabras: “En las tinieblas de los libros hay escrita una verdad que es también un enigma. Es sobre las cosas nuevas que cansan a los hombres, sobre las modas, los propósitos, las mejoras y los cambios. Es sobre las viejas cosas que emocionan y que intoxican. Es sobre las viejas cosas que son nuevas. No hay escéptico que no tenga la sensación de que otros han dudado antes que él. No hay rico ni veleidoso que no sienta que todas las novedades son antiguas. No hay adorador del cambio que no sienta sobre su nuca el enorme peso del cansancio del Universo. Pero nosotros, los que hacemos cosas antiguas, estamos alimentados por la naturaleza de una infancia perpetua.  No hay hombre enamorado que piense que otros lo estuvieron antes que él. No hay mujer que tenga un hijo, que piense que ha habido otros hijos antes que el suyo. No hay hombre que luche por su ciudad, que sienta el peso de los imperios destruidos. ¡Sí, el mundo es siempre el mismo porque es inesperado!” (Citado por Fernando Savater).

Y entonces es cuando sigo paseando, tranquilo, entre las pinturas y las esculturas, y me doy cuenta de que lo bueno, lo genial, es siempre lo mismo, siempre eternamente repetido. Y el ser humano no se cansa, ni se cansará nunca, de repetir siempre lo mismo, o sea, a sí mismo, un brazo, un pecho, una pierna, un gesto, la expresión de un rostro… y pasan los siglos, y el hombre sigue representando, una y otra vez, ese mismo brazo, ese pecho y esa pierna, ese gesto, repetidamente, incansablemente… Porque si es bueno, si es genial, es ya en sí mismo sorprendente, inesperado e imprevisible… y nos posee con la fuerza de un encanto cautivador.

Y entonces, ya nadie se acuerda de razonar si eso era nuevo o no era nuevo, porque es demasiado bueno para entretenerse en otras consideraciones intrascendentes…

José Manuel Infiesta

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3 Comments

  1. Brillante!, desde mi perspectiva, claro, profundo, sin concesiones, no hay «relativismo» alguno que resista su singular ensayo.
    _Felicitaciones!, Sr. José Manuel Infiesta._
    Desde Montevideo, Uruguay, le saluda, Mario Marotta.

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